lunes, enero 15, 2007

El Venecia




_ Todavía podía sentir la brisa de la mañana acariciando su rostro, cerraba los ojos dando pasos ciegos y presurosos, tratando de tomar una buena ubicación en la vieja máquina amarilla.
Analía poseía una magia interna, de esas que puedes observar desde lejos. Cada paso que daba con sus muslos firmes hacía que su falda flotara como un espectro, como un ángel de pálida piel y labios de pétalos.
Miraba el reloj impaciente, aunque iba con tiempo de sobra, echaba un vistazo a través de los sucios vidrios, haciendo mil y una preguntas a la vez, ¿Por qué subió el precio de la leche?, ¿Qué piensa el payaso cuándo la luz cambia a verde?, ¿Dónde trabajará esa fina mujer?...pero había una pregunta, una que siempre se hacía al espejo cada mañana, esa que escondía en el fondo de su piel y sólo respondía con voz de consuelo..."algún día".
Con todo el alboroto mental y el viaje a un millón de partes a cada segundo, no se daba cuenta cuan rápido había llegado a su rutina diaria.
Caminaba entre la gente, su mirada siempre fija en un punto al azar, con una mirada de conformidad, pero cuando doblaba la esquina de San Martín todo cambiaba, sus pasos presurosos bailaban al ritmo de sus delgados brazos, sus huesudos dedos se entrelazaban nerviosos, ella inmóvil, con sus ojos destellantes observaba la vitrina clara y luminosa, donde reposaban las lustrosas tapas de libros, como un ritual Analía cada mañana llegaba a ese lugar, daba un recorrido con su vista, hasta que al fin lo encontraba...ahí estaba descansando en un rincón el libro de las letras de oro, que contaba las aventuras de aquel chico, príncipe de un planeta pequeño. Analía daba un suspiro y luego de calmar el éxtasis de su corazón, retrocedía con su bolsa plástica, donde escondía el bien planchado delantal burdeo a las viejas mamparas del antiguo Venecia, donde según doña Ángela, estaba la mejor comida del centro de Santiago.
Después de firmar el libro de registro, se deshacía del abrigo rojo de lanilla que llevaba puesto, con movimientos delicados anudaba a su cintura su uniforme, mientras su boca escondía una sonrisa, de esas que dicen "Todo esta bien", de alguna extraña razón Analía sabía que ese día sería distinto a todos.
Ese lunes llegó más gente que nunca al Venecia, doña Ángela, Patricia y Analía desfilaban con bandejas desde la cocina a las mesas, mientras Juan cansado de preparar los menús, paseaba su vista, recorriendo cada linea sinuosa y grácil de Analía. El siempre ha querido estrecharla entre sus brazos, robarle un beso y hablarle al oído, mas Analía no es una mujer cualquiera, ella espera algo especial...su sueño, como el protagonista del libro que le regaló su abuelo, el que perdió, pero cada mañana lo observa tras la enorme vitrina.
Ya eran las cuatro y media y doña Ángela mandó a cerrar las cortinas, pero aún había un cliente, uno que fumaba un café eterno.
Analía no lo había visto, no era su mesa, sino la de Patricia y ésta había partido a realizar los pedidos por ahí cerca.
El joven tenía cabellos claros y los ojos de luna, Analía lo observaba con cautela y podía distinguir en él las lágrimas que sujetaban sus brillantes ojos. Movía un lápiz de un lado a otro, como si fuera algún tipo de lenguaje nuevo, hasta que por unos de esos extraños sucesos sin explicación no pide la cuenta, solo camina directo a la caja, pasando por el lado de la chica, quien trató de impregnarse de su perfume y grabarse en su mente esa mirada. Su instinto de mujer salvaje y apasionada afloró como campos de margaritas en primavera, tenía la necesidad de tocarlo, de acariciarlo, de abrazarlo tan fuerte hasta sentir el calor de su piel, más todo se lo reservó, no podía cometer semejante locura, sólo siguió con su vista a este hombre, hasta que desapareció dando vuelta la esquina y ahí ella sintió que su cuerpo se partía en mil pedazos.
Pasaron semanas y el joven de los ojos de luna se perdió en la gran Ciudad. Analía ahora miraba a la gente al caminar, sus sentidos parecían más exquisitos, ya que desde lejos podía observar y sentir a aquel desconocido que ahogaba sus secretos en aquel café, recuerdo inmortal para su memoria, de aquel joven de perfume único que llevaba tatuado bajo su piel.
Aún con la tristeza más grande Analía no dejaba de hacer su ritual diario, pero ya no era como antes, tenía a la tristeza como compañera y la disconformidad de que él nunca la miró.
Siempre lo mismo, el paseo de bandejas y platos y puntualmente a las cuatro y media las mamparas se cerraban, bajaban las cortinas y comenzaba la limpieza. Subir sillas y pasar la escoba no era problema para Analía, pero al llegar a la mesa del fondo le temblaron los huesos, sus manos ansiosas tomaron en un movimiento el antiguo libro que descansaba en una silla, aunque no era como el de la vitrina de enfrente la historia era la misma "El principito".
Analía acomodó la silla y se sentó a mirar tal valioso tesoro, estaba cansada, todo el día encerrada en esa cocina, tratando de reemplazar a Juan y dando explicaciones de cada cosa que hacía a doña Ángela.
Sus dedos finos no demoraron en abrir el libro y en la primera página un mensaje de caligrafía perfecta que decía: "A nuestro hijo Alfredo en sus diez años...te queremos mucho....tus padres (4 de junio/1987).
Analía sonrió y guardó bien en su delantal lo que ella llamaba "su señal", no sintió cansancio al barrer y pasar el trapero en cada rincón del viejo local.
Cepilló su cabello y volvió a abrigarse, la lluvia caía a cántaros ese día, se preocupó de envolver bien en un plástico el tesoro encontrado y apresurada se despidió de doña Ángela, quién le entregó los candados y las llaves del local. De malas ganas los recibió, no quería ser la última en irse y tampoco la primera en llegar al día siguiente, pero la patrona ya había abierto su paraguas y se dirigía a su auto muy rápido para no escuchar los resongos de la muchacha.
Analía sintió escalofríos al no poder evitar que las gotas de lluvia penetraran por su estilizado cuello, el candado no quería cerrarse y sus huesudas manos hacían demasiado esfuerzo al intentarlo, hasta que por fin lo logró, en ese momento sintió que unos pasos frenaron en su espalda y una voz muy angustiada le decía: "Por favor señorita, no cierre", ni si quiera bastó escuchar su voz, sabía que era él, su aroma lo delataba, Analía se paró y se volteó suavemente a mirarlo. El muy exaltado explicaba que había dejado adentro algo muy valioso, hablaba y hablaba moviendo sus manos, pero aún no fijaba su vista en la muchacha, su estado ansioso no lo permitía.
Analía abrió su bolsa y sacó el libro, con un movimiento rápido lo acercó a sus manos interrumpiendo aquel alocado diálogo, no dijo nada, solo lo miró y el mismo efecto ocurrió en él. Los minutos pasaron y no importaba la lluvia sobre sus cuerpos, sus ojos no podían apartarse y una sonrisa cómplice confirmó que desde ese momento sus almas ya no se sentían tan solas y desdichadas.
Alfredo tomó el libro y lo guardó en su bolso, sin dejar de mirar a Analía, luego la tomó de la mano y caminaron por San Martín, pasaron por la vitrina de sus sueños, pero ella no miró, sólo sonrió.
Caminaron por en medio de la gente, no sabemos si se besaron, ni lo que se dijeron, sólo tenemos la seguridad de que en algún lugar se fumaron dos cafés, que en abrazos se perdieron los temores y que el Venecia no abrió sus mamparas al día siguiente.

9 comentarios:

Elisa Montt dijo...

solo para ver si funciona esto...jajaja....paresco niña con juguetito nuevo:)

Principemestizo dijo...

bienvenida a la blogosfera trilce, me gustomucho el post de la mujer y el hombre acostados en la cama, captaste el angulo muy pocas veces explorado, bienvenida yte sigo leyendo

Andres dijo...

Me han encantado tus líneas. Tus textos logran vida propia.

Elisa Montt dijo...

principemestizo: Muchas gracias, a mi también me gusta mucho esa escena que describo, espero verte seguido por estos lares.

Paulo: Que bueno que te gusten mis líneas....las mariposas de tu blog me dejaron pensando toda la noche...espero que vuelvas pronto.

LEON JESSEL dijo...

HOLA..
QUIERO AGRADECER TU VISITA EN MI BLOG. ME GUSTO LA HISTORIA DEL "NUMERO EQUIVOCADO". ESTA BIEN REALIZADA Y TE MANTIENE ENGANCHADO HASTA EL FINAL. ME GUSTO ESE TOQUE REAL Y TRISTE. ES UNA HISTORIA QUE CONMUEVE Y TE DEJA PENSANDO.
TE DEJO MUCHOS SALUDOS Y ESPERO VERTE OTRA VEZ EN MI BLOG.

SALUDOS ROCKEROS...

la señora de las especias dijo...

Hola! que bonita la historia del teléfono y que triste a la vez. Albahaca!, no hay que dejar nada para mañana porque nunca sabemos que puede pasar.
Un abrazo especiado.

Anónimo dijo...

muy bueno te felicito

Anónimo dijo...

hola
te felicito por esta linda obra.
no he leido los cuentos pero creo que es super importante mostrar, sobretodo aquellas partes que no son de facil visualizacion.
cariños para ti, Hugo.

Elisa Montt dijo...

León: gracias por visitarme y por leer...que rico que te guste la historia....espero verte pronto.

Señora de las especias: Por lo mismo trato de hacer todo hoy y dejar lo menos para mañana.

Ven pronto...con albahaca eso si.

Anónimo: Gracias por tu comentario.

Hugo...espero que vuelvas a leer los demás...siempre serás bienvenido.